
Mientras Jesús se preparaba para entrar en Jerusalén, la ciudad probablemente estaba llena de emoción mesiánica, ya que ese dÃa marcaba el cumplimiento de la profecÃa de Daniel que predecÃa la aparición del MesÃas:
37Cuando se acercó al lugar donde el camino desciende del Monte de los Olivos, toda la multitud de discÃpulos comenzó a alabar a Dios con alegrÃa y en voz alta por todos los milagros que habÃan visto: 38«¡Bendito el rey que viene en nombre del Señor!». «¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!». 39Algunos de los fariseos que estaban entre la multitud le dijeron a Jesús: «Maestro, reprende a tus discÃpulos». 40«Os digo —respondió él— que si ellos callan, las piedras clamarán» (Lucas 19:37-40).
Más de 500 años antes, el profeta Daniel recibió la visita de un ángel que le reveló la fecha exacta en que el MesÃas vendrÃa a Jerusalén.
Conoce y entiende esto: desde la promulgación del decreto para restaurar y reconstruir Jerusalén hasta que venga el Ungido, el gobernante, habrá siete «sietes» y sesenta y dos «sietes». Será reconstruida con calles y un foso, pero en tiempos de angustia (Daniel 9:25).
Siete y sesenta y dos suman sesenta y nueve semanas de años. Los eruditos han calculado que desde el decreto de Artajerjes, el rey persa (NehemÃas 2:1-8), en el año 444 a. C., hasta el dÃa en que Jesús entró en Jerusalén montado en un pollino, se completaron las sesenta y nueve semanas de años. Las sesenta y nueve semanas de años suman 483 años, con 360 dÃas en un año. (Los judÃos calculaban el tiempo según un calendario lunar, es decir, treinta dÃas por mes y doce meses por año). En su excelente obra, La nueva evidencia que exige un veredicto, Josh McDowell ha detallado la entrada de Cristo en Jerusalén. No sabemos cuántas personas eran conscientes de que la cronologÃa de Daniel para la aparición del MesÃas era inminente. Entre los judÃos existÃa la expectativa de que habÃa llegado el momento en que el MesÃas destruirÃa a los romanos y liberarÃa al pueblo judÃo de la ocupación romana. Por supuesto, como creyentes en Cristo, creemos que Él vendrá como un guerrero conquistador, pero eso será en el futuro. En primer lugar, el plan de Dios era que Cristo viniera como un siervo sufriente y un cordero sacrificial para pagar por nuestros pecados.
Dios planeó la llegada de Jesús en este dÃa del cumplimiento de la profecÃa de Daniel hasta el último detalle. Jesús no entrarÃa en la ciudad montado en un caballo blanco, sÃmbolo de la guerra, sino en un humilde burro. Consideremos la humildad de nuestro Salvador: la Biblia afirma que todo fue hecho por medio de Cristo —«Por medio de él fueron hechas todas las cosas; sin él no se hizo nada de lo que ha sido hecho» (Juan 1:3)— y, sin embargo, tuvo que pedir prestado el burro de otra persona. La contraseña para pedir prestado el burro al dueño era: «El Señor lo necesita». Los dueños no necesitaron más explicaciones una vez que entendieron que el Señor lo necesitaba. Eso lo resolvió todo. Estaban felices de ver que el Señor utilizaba sus recursos. Qué gran lección para nosotros. ¿Todo lo que tenemos está disponible para que el Señor lo utilice? El burro nunca habÃa sido montado antes (Lucas 19:30), pero llevó a nuestro Señor sin protestar.
Después de tres años de ministerio, Jesús tenÃa ahora un precio por su cabeza, una cantidad que Judas cobró, pero no vemos a Jesús entrando a escondidas en la ciudad. En cambio, se acercó con valentÃa a Jerusalén el mismo dÃa que el profeta Daniel habÃa escrito. Una ovación entusiasta de la multitud recibió a Jesús cuando comenzó a descender del Monte de los Olivos, con la hermosa ciudad de Jerusalén extendiéndose ante Él y debajo de Él. Fue un glorioso acto de desafÃo contra los lÃderes religiosos que habÃan intentado intimidarlo repetidamente. Llegó a Jerusalén como el Rey prometido del que habló el profeta ZacarÃas, cumpliendo exactamente la profecÃa de las Escrituras de que llegarÃa, trayendo la salvación, montado en un burro.
¡Alégrate mucho, hija de Sion! ¡Grita, hija de Jerusalén! Mira, tu rey viene a ti, justo y salvador, humilde y montado en un asno, en un pollino, crÃa de asna (ZacarÃas 9:9). Keith Thomas.
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